La desolación de un edificio emblemático

Inaugurado en Allen en 1925, fue un ícono de la salud en la región. Decisiones políticas y falta de mantenimiento sellaron su suerte.

Hospital Común Regional de Río Negro

Una lechuza blanca es la única habitante del edificio del hospital. Posada sobre el marco de una ventana, en un rincón oscuro y desolado, abre sus alas y vuela hacia la segunda planta cuando ingresamos al sector de lo fue el área de internación.

El piso es de pinotea en algunos sectores y en otros de baldosones. Las aberturas de madera que aún quedan empotradas en las paredes son enormes y los postigones que no fueron tapiados y permanecen entreabiertos, filtran algo de luz hacia el interior de la majestuosa edificación.

Sin lugar a dudas, es uno de los edificios más imponentes de la región. La belleza arquitectónica que lo caracteriza lo transforma – junto a su rica historia sanitaria – en un ícono para la Patagonia. Sin embargo la desolación es un mal que lo invade y espera una «cirugía mayor» para despertar y salir del letargo.

El Hospital Común Regional de Río Negro, construido en Allen e inaugurado en 1925, fue durante muchos años el pilar de la atención sanitaria del sur del país. Era para la época, tal como lo describió el licenciado Roberto Balmaceda en las páginas de este diario, «un hospital urbano moderno», que le daba al enfermo la posibilidad de acceder a una atención terapéutica para poder curarse. Es que por ese entonces sólo existían los «hospitales coloniales», que eran instituciones concebidas para ir a morir, destinadas a la asistencia de los pobres, de control social, separación y segregación, ya que los moribundos eran vistos como peligrosos para la población y por ese motivo debían ser aislados.

Pacientes provenientes de diversos lugares, incluso de Bahía Blanca y Chile, llegaban hasta la comuna para consultar a los médicos que formaban parte del plantel del Hospital Común Regional. Hablar de Allen era sinónimo de salud.

En dos meses más se cumplirán 90 años del momento en el que se inauguró y en Allen sólo queda el recuerdo de esa institución que en materia de salud fue emblemática para la región.

Una serie de decisiones políticas fueron hiriendo de muerte al hospital y a mediados de la década del 80, carente de mantenimiento y de refacciones para refuncionalizarlo, el histórico edificio comenzó a ser abandonado. Ahora, adentro todo está en ruinas y las huellas del vandalismo se advierten a cada paso. En un rincón un colchón viejo, cenizas de lo que fue un fogón, un par de botellas, un jarro enlozado y ollas tiznadas, advierten que allí alguien se refugió. Fue un indigente que durante algunos años vivió en la más absoluta soledad, dentro del hospital, y se convirtió en el guardián del edificio. Pero sólo quedaron sus pertenencias porque este invierno al hombre lo encontraron muerto -al parecer- producto de una madrugada cruda y helada. También en un pasillo quedan dispersos un par de respaldos de las camas de la internación y una pesada heladera que obstruye el paso. Una bañadera que está en una pequeña sala pareciera ser lo único que se salvó del saqueo.

El recorrido por el interior estremece y si se deja volar la imaginación, uno puede recrear la función que -quizás- cumplió cada espacio. Es que los muros encierran miles de historias y es difícil dejar de pensar en cuántas personas nacieron o murieron allí, pelearon contra una enfermedad o lucharon intensamente para salvar vidas.

Unos tabiques construidos en los laterales del edificio separaban las camas de los enfermos. En un ambiente en el que todavía quedan algunos azulejos se practicaban las cirugías. Un hueco en el piso deja ver lo que queda del sótano.

Desde el módulo central del viejo hospital una escalera construida en madera noble y con el detalle de bochas talladas en los extremos, conduce hacia la planta alta. La baranda ya no existe, pues también se la robaron. En el primer piso hay nueve salas, con grandes ventanales que dan hacia la calle San Martín y hacia el predio en el que se construyó el Hospital Escuela de Odontología de la Universidad Nacional de Río Negro. Desde ese lugar, la vista es sorprendente.

Es una incógnita saber por dónde se accede al altillo de la edificación, donde anidan decenas de palomas. En lo más alto hay pequeñas ventanas clausuradas con tablas. Una leyenda urbana que aún sobrevuela en el ambiente cuenta que el espíritu de un médico que se suicidó dentro del hospital se quedó allí para siempre y en varias oportunidades dio signos de su presencia. La leyenda sigue siendo alimentada por algunos comentarios de los vecinos del hospital que aseguran que -misteriosamente- los ventanales de la planta alta se abren y se cierran solos aun cuando no corre ni la más mínima brisa de viento.

La paradoja envuelve a los allenses cada vez que la mirada se vuelca hacia atrás.

Haber tenido el principal centro de salud de la Patagonia, receptor de todas las patologías, y ahora contar con un hospital de derivación complejidad 4 que se cae a pedazos, es un dolor difícil de sobrellevar. Tal vez, la construcción de un nuevo edificio hospitalario prometido por el gobierno provincial ayude a cicatrizar esa herida.

Diego von sprecher

dievon@rionegro.com.ar


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